Te encuentras ante la fotografía titulada Un destino callado, tomada por Gala Moscoso Fernández el 24 de septiembre de 2024 en Granada. La autora es estudiante de Bellas Artes de la Universidad de Granada. La fotografía se dispone en posición vertical.
En el corazón de la oscuridad carente de horizontes, una llama emerge con fuerza, aunque solitaria; arde, titila con intensidad y vibra. Su resplandor amarillo dorado se agita en un vaivén hipnótico, trazando sombras que se mezclan con la penumbra infinita y sus tonos naranjas y rojos trazan formas fugaces que parecen moverse al ritmo de una respiración. ¿Es eso todo? Parece ser solo eso: un fuego aislado, inmerso en el silencio y la negrura, pero, si observas con atención, si te permites ver, percibir en lugar de mirar, y buscas entre las sombras, empiezas a discernir algo más, como una forma delicada, casi imperceptible a primera vista.
La llama danza, creciendo y menguando con un ritmo hipnótico, mientras consume unas majestuosas y diminutas alas replegadas sobre el frágil cuerpo. Es una mariposa. Su contorno frágil emerge como si flotara entre las lenguas de fuego que, con cada destello, la devoran. Sus alas apenas visibles entre las sombras y sus detalles se insinúan antes de desaparecer, mientras sus colores —quizás vibrantes alguna vez antes— se ennegrecen y se desdibujan en cenizas.
Al principio, su presencia pasa desapercibida, como tantas cosas pequeñas en un mundo que no siempre se detiene a mirar. La oscuridad circundante intensifica cada detalle del fuego, que no solo destruye, sino que también da vida a un espectáculo efímero de color y movimiento. Tragedia y belleza materializadas en una escena: la mariposa, símbolo de fragilidad y transformación, está atrapada en un destino inevitable, callado. El fuego la convierte en cenizas, pero al hacerlo, también la eleva a un plano más intenso, más luminoso, aunque solo sea por un instante.
El crepitar del fuego que escuchas es el eco de algo que termina, pero también de algo que arde con toda su fuerza antes de desaparecer. Puede ser también la fugacidad de la belleza que existe incluso en la destrucción, o cómo a veces la luz más brillante proviene del sacrificio más profundo.
Esta imagen trasciende su superficie, transformándose en una metáfora visual profundamente cargada de significado. La mariposa es la representación de aquellos que viven en el margen, invisibles para una sociedad que los ignora hasta que es demasiado tarde. Como la mariposa que sucumbe al fuego, estas personas vulnerables son consumidas lentamente por las llamas de la exclusión, la discriminación y el abandono. Y, sin embargo, hay poesía en esta tragedia. El fuego no solo destruye, ilumina. Por un instante, la mariposa brilla más intensamente que nunca, exigiendo ser vista, obligándonos a reflexionar sobre lo que está siendo consumido ante nuestros ojos.
"En la danza del fuego, donde la sombra abraza el resplandor,
se eleva la mariposa, su vuelo detenido en un último suspiro.
No fue el calor lo que la llamó, sino el abandono,
la indiferencia de un mundo que no quiso mirar.
Pero en su fragilidad está su fuerza,
en su vulnerabilidad, su lucha.
Si el fuego la consume, ¿quién nos salvará del olvido?"
Bajo la imagen se encuentra un breve texto en el que la autora expone el significado de esta fotografía. Se lee lo siguiente:
Esta imagen pretende destacar la vulnerabilidad oculta de los colectivos en riesgo de exclusión, quienes, al igual que la mariposa frágil, son consumidos por las llamas de la marginación y la discriminación. La mariposa simboliza la delicadeza y la necesidad de protección de aquellos que, invisibilizados por la sociedad, sufren el impacto de fuerzas externas evitables. El fuego representa la exclusión que, sin la empatía y el compromiso social necesarios, sigue destruyendo vidas que merecen ser vistas y apoyadas.